La Biblia desde el siglo XXI

Y la Biblia acertó.

24.12.2009 00:00

Humildad y sencillez

(Por Libertad Regalado Espinoza)

Hoy es 24 de diciembre, en todo el mundo cristiano estaremos recordando el nacimiento del hijo de Dios, en un pesebre en Belén de Judá. Con su advenimiento al mundo, la línea del tiempo con el año uno, marcó el inicio de la era cristiana.

Desde el primer libro de la Biblia, Génesis 12:3, Abraham señala: “Por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra”, y en Génesis 22:18 “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra”. Jacob, al profetizar el futuro de cada uno de sus 12 hijos, cuando habla sobre su hijo Judá, (Génesis 49:10-12) anuncia de su descendencia la llegada de Siloh, que indica “Aquel a quien verdaderamente pertenece el cetro”. En Deuteronomio 18:15-19, Moisés anuncia que Dios levantará un Profeta que dirá todo lo que Dios ponga en su boca, y se le pedirá cuentas a todo aquel que no preste oído a las palabras que “el profeta” hablare.

Daniel 8:13/14 señala que vendrá un tiempo en que el santuario será purificado para terminar la prevaricación y poner fin al pecado y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable y sellar la visión y la profecía y ungir al Santo de los santos.

Miqueas, siete siglos antes de la llegada de Jesús, proclamaba su venida: “Pero tú Belén, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti saldrá el que será Señor en Israel (…) y Él estará y apacentará con poder de Jehová”.

Como podemos observar, su llegada había sido anunciada por los profetas en el Antiguo Testamento. Miqueas nombra el lugar: Belén, que significa “casa del pan” y allí nació el “Pan de Vida”. Durante miles de años los seres humanos habían estado a la espera del hijo de Dios, ese ser Dios-hombre, que venía con la misión de redimir al mundo del pecado, que nos legó un solo mandamiento “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo” y con su primer sermón en la montaña nos entregó en las Bienaventuranzas las promesas del Padre a quienes vivamos como hijos de Dios, una vida en donde debe primar la pobreza a la riqueza, la paz a la violencia, la mansedumbre al dominio del hombre hacia el hombre, la justicia divina a las leyes injustas de los poderosos, la misericordia a la dureza del corazón, la humildad y la sencillez a la soberbia y vanidad.

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