La Biblia desde el siglo XXI

Siglo XVIII: Surge la democracia con mayores raíces en la Biblia.

08.08.2010 00:00

Hace poco me topé con un artículo de Cesar Vidal sobre el origen de la democracia americana, que por lo interesante y por la relación que tiene con la Biblia decidí recoger el extracto que encontraréis a continuación [Nota].

 

Democracia: Padres fundadores de EEUU

Por César Vidal

... Quisiera en la presente reflexionar brevemente sobre la certeza que tenían los Padres fundadores de que la democracia sería irrealizable sin una columna vertebral que era la Biblia.

Fue George Washington, protestante convencido que dispuso que en su losa funeraria se reprodujera Juan 11:25-26, el que afirmó que “la verdadera religión proporciona al gobierno su más seguro apoyo”. De manera comprensible, también prohibió la blasfemia en las filas del ejército americano; dedicó tiempo a la oración y se manifestó una y otra vez como un creyente que asistía regularmente a la iglesia.

Su caso no fue el único. Samuel Adams, uno de los principales provocadores del movimiento de independencia con sus The Rights of Colonists as Subjects (1772) no sólo vio con claridad que el poder tenía que estar dividido y separado a causa de la Caída sino que además indicó que los derechos de los americanos “pueden ser mejor entendidos leyendo y estudiando cuidadosamente las instituciones del Gran Legislador y la Cabeza de la Iglesia cristiana, que se encuentran claramente escritas y promulgadas en el Nuevo Testamento”.

Patrick Henry –que en una carta a su hija escrita en 1796 enfatizó que la religión era mucho más importante que la política– afirmó categóricamente: “los hombres malos no pueden ser buenos ciudadanos. Es imposible que una nación de infieles o idólatras sea una nación de hombres libres”. Se trataba de una reacción lógica porque diez años antes, consolándola por la muerte de su marido, le había escrito: “Ojalá nos encontremos en el Cielo, al cual los méritos de Jesús llevarán a aquellos que Lo aman y sirven”.

El mismo Jefferson –que sería lo más cercano a un deísta entre los Padres fundadores– insistió en negar esa circunstancia una y otra vez y en señalar que su guía era Cristo aunque, subrayando al mismo tiempo, que no podía aceptar todo lo que decían los clérigos.

No puede extrañar que desde septiembre de 1774, el congreso abriera todas sus reuniones con oración y así se mantuviera hasta el final de su trabajo ni tampoco que la Declaración de independencia de los Estados Unidos mencionara a Dios cuatro veces para señalarle como fuente de los derechos de los ciudadanos y para solicitar Su ayuda para mantener la rectitud de intenciones. Tampoco llama la atención que una de las primeras preocupaciones del congreso fuera que se imprimieran biblias para los ciudadanos de la nueva nación ni puede sorprender que James Madison, principal redactor del Bill of Rights introdujera el 31 de octubre de 1785 en la legislatura de Virginia una ley “para designar días de ayuno público y acción de gracias” y que la práctica – ya nacida durante la guerra civil a impulso de Washington – haya permanecido hasta el día de hoy.

Alexis de Tocqueville, el erudito liberal que estudió la democracia como pocos, pudo escribir de los Estados Unidos: “el modelo bíblico de “una ciudad en la colina” era el objetivo relevante de la accion política. Los predicadores puritanos pidieron el establecimiento de una “Santa comunidad” gobernada según los modelos derivados de los principios cristianos de moralidad y justicia”.

Todavía en 1931, el juez George Sutherland del Tribunal supremo señalaba que los americanos son “un pueblo cristiano” y en 1952, el también juez del Tribunal supremo William O. Douglas, a pesar de su inclinación izquierdista, afirmaba: “Somos un pueblo religioso y nuestras instituciones presuponen un Ser supremo”.

De manera bien reveladora, en las naciones protestantes donde surgió la democracia contemporánea, se consolidó, con las limitaciones y los matices que se desee, a diferencia de lo que sucedía en otras partes del mundo. De entrada, la visión de la democracia como división de poderes nunca encajó del todo en las naciones de tradición católica pervirtiendo así un elemento esencial para su existencia. Por añadidura, en no pocas ocasiones, la lucha por las libertades acabó reduciéndose a un enfrentamiento feroz entre un deseo de la iglesia católica de mantener privilegios frente al empuje de la masonería que la veía como a una rival peligrosa, pero que tampoco aspiraba a la democracia sino a un gobierno en la sombra con ropajes democráticos. El resultado de ese trasfondo fue lo mismo el Terror de la Revolución francesa que desembocó en la dictadura de Napoleón que el proceso independentista de Hispanoamérica dirigido por una Logia masónica – la Logia Lautaro – a la que pertenecieron Bolívar o San Martín entre otros y en cuyas constituciones se indicaba taxativamente que no habría democracia tras la desaparición del poder colonial español sino un gobierno en la sombra sostenido, entre otras circunstancias, por un control de los medios de comunicación. Entre esas concepciones y el espíritu de los puritanos media un abismo y no debería sorprendernos que los resultados hayan sido tan distintos.

...

Lectura completa en protestantedigital.com

 


Nota:

El artículo forma parte de una serie en la que hay otros en los también que se percibe la influencia de la Biblia en la sociedad occidental, aunque no es tan evidente en una lectura superficial. El motivo es que las referencias no se muestran explícitamente en la mayoría de casos. Lo que hace Cesar, ceñido al relato histórico, es centrarse en la influencia de las personas o grupos que sí se nutrieron de Biblia: reformadores luteranos, calvinistas, puritanos, etc. Fue a través de aquellas mentes conformadas por la Biblia que sus criterios y valores acabaron permeando la sociedad Europea, y por extensión también la americana.

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