La Biblia desde el siglo XXI

Juan Vilanova: Biblíafilo, científico, y español

24.09.2012 00:00

¡Quien lo diría! Español. Y de hace más de un siglo. Sí, allá por el siglo XIX, cuando se engendró y nutrió hasta la hiperobesidad esa concepción altanera y dogmática de la ciencia que suelo llamar “ciencilatría”.

Cuando todo barruntaba el ocaso de la percepción bíblica de la naturaleza y de la sociedad, al menos hubo un quijote que plantó cara a los molinos que astutamente aprovechaban para sus concepciones ateas los abundantes y fuertes vientos del incipiente progreso científico y tecnológicos.

Se trataba del valenciano Juan Vilanova, médico y agrónomo, catedrático de Geología y Palentología en la Universidad central de Madrid y de Historia Natural en la Universidad de Oviedo.

Aunque no comparto algunas de sus ideas respecto al origen de la vida (los lectores habituales de biblicamente.org ya conocéis que me decanto por el evolucionismo teísta, pues entiendo que permite una interpretación más racional y coherente de los primeros capítulos del Génesis), al menos sí estoy de acuerdo con él en que la publicitada contradicción entre Biblia y Ciencia no es más que la postura intelectual de aquellos que seleccionan los campos de investigación e interpretan los resultados experimentales desde una óptica atea.

Hace poco se ha publicado en esmateria.com una ámplia reseña sobre Juan Vilanova y sus polémicas con el darvinismo bajo licencia Creative Commons que os reproduzco a continuación:

 

El español que se opuso a Darwin armado con la Biblia

Un libro rescata la figura de Juan Vilanova, padre de la Prehistoria en España, que dedicó su vida a intentar demostrar la concordancia entre la ciencia y el relato bíblico

( Por Manuel Ansede en esmateria.com )

Corría un día de agosto de 1869 en Copenhague y el español Juan Vilanova alzó la fotografía de un hombre con una cabeza horrorosamente diminuta. Era el final de su charla en un congreso internacional de prehistoria. De inmediato, comenzaron los murmullos entre los asistentes, lumbreras de la disciplina procedentes de toda Europa. Una década antes, Charles Darwin había publicado El origen de las especies, el libro que destrozaba la Creación bíblica al presentar la teoría de la evolución de los seres vivos por selección natural. Y ahora Vilanova sostenía un retrato de un ingresado en el manicomio de Valencia afectado por microcefalia.

Para algunos, sobre todo los católicos antidarwinistas como él, no era más que una malformación. Pero para otros científicos ese cráneo ínfimo era un atavismo, la reaparición de un rasgo propio de los monos antepasados del hombre que confirmaba la evolución de las especies a partir de un antepasado común. Nada de Adán y Eva.

Vilanova, nacido en Valencia en 1821, ya era entonces el látigo de las ideas darwinistas en España. Era médico, agrónomo y llegó a acumular tantos fósiles viajando por Europa que sus amigos le llamaban con guasa “el hombre fósil”. Estaba tan enamorado del progreso científico que cuando se enteró de la invención de la incubadora se apresuró a comprar una para criar pollos en su huerta de Madrid, donde impartía clases en la Universidad Central.

Un publicista católico

Fue el primer catedrático universitario de Geología y Paleontología de España, el primer hombre que describió un dinosaurio en la península Ibérica y un defensor acérrimo de la autenticidad de las pinturas de las cuevas de Altamira. Sabía tanto de paleontología que se convirtió en “uno de los portavoces más cualificados del antidarwinismo en las controversias desatadas en el siglo XIX, hasta el punto de ser considerado el publicista más representativo del ala conservadora y católica de la comunidad científica española”, según Francisco Pelayo y Rodolfo Gozalo, que publican ahora el libro Juan Vilanova y Piera, la obra de un naturalista y prehistoriador valenciano.

Era creacionista, pero es llamativo que, siendo un católico conservador del siglo XIX, fuera menos fundamentalista que algunos creacionistas de hoy en día, que todavía sostienen que la Tierra tiene 5.000 años”, señala Pelayo, historiador del CSIC. La ambición de Vilanova era demostrar con el método científico la veracidad del relato bíblico. Y su discurso sonaba a música celestial para la Iglesia.

En 1872, Vilanova publicó Origen, naturaleza y antigüedad del Hombre, primera monografía científica española sobre la prehistoria. Sus tres primeras páginas recogían el veredicto de la censura eclesiástica, llevada a cabo por la Vicaría de Madrid a petición de Vilanova. El censor aplaudía “los grandes y prolijos conocimientos que posee en geología; ese nuevo estudio inspirado tal vez por Dios, para confundir a los detractores de Moisés y enemigos de la revelación”.

La ovación de la Iglesia

Miembros de la Iglesia católica llevaban siglos afirmando que el ser humano había sido creado hacía unos 5.000 años, sobre la base del recuento de generaciones que aparecen en el Génesis, pero la geología estaba destapando fósiles con milenios y milenios de edad. Ahora a la Iglesia le tocaba envainársela.

Para Vilanova, no había que considerar los “días” mencionados en la Biblia como periodos de 24 horas y, además, las listas genealógicas del Génesis podían estar incompletas, así que no había contradicción alguna entre la ciencia y el relato bíblico. “Moisés ni se propuso escribir un tratado de Geología, como ya dijimos, ni tampoco se dirigía a un pueblo de sabios para hablarles de estas concepciones filosóficas, que indudablemente los hebreos no hubieran comprendido”, justificaba el padre de la Prehistoria en España.

Así que el libro fue ovacionado por los obispos. “No vemos en los pliegos adjuntos que llevamos examinados cosa alguna contraria al dogma católico; y como la Iglesia ha ido siempre delante en todos los conocimientos científicos y ha protegido en todos los tiempos las ciencias naturales (por más que la maledicencia diga lo contrario), no vemos peligro alguno en la publicación de la obra”, remataba el censor católico.

Una pequeña victoria frente al darwinismo

Vilanova no era el clásico carpetovetónico. Tenía sus creencias, pero buscaba meter el dedo en el ojo a los darwinistas desde el conocimiento científico”, subraya Gozalo, profesor de Paleontología de la Universidad de Valencia. El catedrático del siglo XIX atribuía el origen de la vida a la omnipotencia de un dios, pero sostenía que estaba dispuesto a aceptar otra explicación, como la generación espontánea, si le traían pruebas.

Gozalo rememora el caso del llamado Eozoon canadense, un supuesto organismo fósil clavado en una roca de Canadá en el que los darwinistas veían el origen de la vida. Lo había encontrado el geólogo norteamericano John William Dawson e hizo furor entre los evolucionistas de Europa tras su exhibición una exposición en París en 1867. Aquel dibujo estriado grabado en la roca era, según ellos, la huella del primer representante de los organismos vivos, que habría dado lugar a todas las demás especies gracias a la competencia por la vida y a la selección natural. “Vilanova fue uno de los primeros en darse cuenta de que aquello era tan sólo una textura rocosa”, recuerda Gozalo.

Gracias a los ataques de creacionistas como Vilanova el darwinismo se perfeccionó, pero ni por esas llegó a aceptarlo. A su juicio, la paleontología demostraba que la vida no había sido eterna en el planeta y que se podía establecer el momento y el orden de aparición de los seres vivos: primero los vegetales y luego los animales. Y del estudio de los fósiles se deducía que el reino animal había surgido desde el principio con una gran variedad de formas. El catedrático no encontraba ni rastro de la evolución ni una sola prueba que indicara que el hombre descendía de otro primate inferior.

Rechazo al hombre-mono

El ansia con que todos ellos [los darwinistas] esperan el hallazgo de este tipo intermedio [...], medio mono y medio hombre, no reconoce en puridad otro móvil, sino el deseo de ver realizada la pretensión, a la par que vergonzosamente rechazada, [de la] descendencia simia de la especie humana”, dejó escrito Vilanova.

Hasta al Diluvio de Noé, “con el que Dios quiso castigar los extravíos del Hombre”, encontró justificación científica. “La ciencia aparece tan en armonía con el Génesis en esta parte como en todo lo relativo a la creación”, decía. En su opinión, la causa del Diluvio fue la aparición en el lecho de los océanos de una cordillera, ya fueran los Andes o el Himalaya, o ambas a la vez, “lo cual necesariamente había de determinar no sólo la salida de los depósitos y grandes fuentes del abismo de los mares, sino también lluvias espantosas, a las que se refiere Moisés al decir que se abrieron las cataratas del cielo”. Los guijarros, las conchas marinas y los restos de grandes mamíferos, como mamuts, hallados en suelos de época cuaternaria indicaban, a su juicio, que una gigantesca corriente se había llevado todo por delante.

Algunos de sus contemporáneos, como el escritor Manuel de la Revilla, traductor de Descartes al español, criticaron el error de Vilanova al oponerse al darwinismo y lamentaron que malgastara su talento en una empresa tan “absurda” como demostrar la concordancia entre ciencia y religión. Sin embargo, Gozalo cree que, de algún modo, mereció la pena. “Sin la generación de científicos de Juan Vilanova, la Edad de Plata de la ciencia española, a principios del siglo XX y con Ramón y Cajal a la cabeza, no habría existido”.
 

 

El supuesto cómplice del 'fraude' de las pinturas de Altamira

 

Juan Vilanova murió en 1893 en Madrid casi como un apestado entre sus colegas, pero no por ser una abanderado de la Biblia, sino por defender a ultranza la autenticidad de las pinturas de la cueva de Altamira, descubiertas en 1879 y consideradas una falsificación durante décadas.

Para entender este rechazo hay que recordar la batalla entre ciencia y religión de la época. Para los evolucionistas, era inconcebible que en la infancia del arte aparecieran ya aquellos bisontes, ciervos y caballos tan magistralmente ejecutados. “En cambio, desde la posición ideológica y científica de Vilanova, desde su creacionismo, la perfección de las pinturas demostraba el fracaso del evolucionismo, ya que la sofisticación no podía ser obra de un antepasado brutal”, explican en su libro Francisco Pelayo y Rodolfo Gozalo. Las pinturas de Altamira eran una prueba para los antidarwinistas de que el ser humano como especie no había evolucionado desde la Creación.

Así que cuando Marcelino Sanz de Sautuola le comunica el descubrimiento de una especie de Capilla Sixtina de arte prehistórico en Cantabria, Vilanova se relame. No espera que el mayor hallazgo de la prehistoria española sea su tumba como científico. En aquella época, el pintor sordomudo francés Paul Ratier había visitado la zona de Altamira y aquel hecho casual, sumado a la cercanía de la Universidad de Comillas, regida por los jesuitas, sirvió para que entre los evolucionistas surgiera una insólita teoría: que los católicos españoles habían fichado a Ratier para pintar los bisontes y luego presentarlos como “una muestra de la evolución artística del género humano primitivo”, según resumió el historiador José Luis Martínez Sanz en 1982. El supuesto objetivo era que los evolucionistas enarbolaran la pintura prehistórica para después “descubrir la superchería y dejar en ridículo la ciencia darwinista”.

Sólo en 1902 el mayor defensor de la teoría de la falsificación, el arqueólogo francés Émile Cartailhac, admitió su error con un artículo titulado “Mea culpa de un escéptico”. Juan Vilanova llevaba 10 años muerto y más de 20 absolutamente desprestigiado.

 

 

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